Revista de Filosofía y Teoría Política, 2002, nº 34, p. 5-7. ISSN 2314-2553
Universidad Nacional de La Plata.
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Filosofía.

Homenaje a Lidia Bozzachi

María Yamile Socolovsky

María Luisa Femenías


Como todos ustedes saben, nos hemos convocado para recordar a nuestra compañera Lidia Bozzachi. Ella hubiera estado compar fatales en el Camino General Belgrano.

Es difícil, pero necesario para muchos de nosotros, decir de algún modo que, porque la recordamos, Lidia está presente en nuestro afecto, y porque valoramos su esfuerzo, su trabajo también lo estará.

Me pregunté cómo podría hacer para hablar de Lidia y serle fiel. Cada uno se ha quedado con un recuerdo propio que yo no puedo atrapar. Pero tal vez haya unas pocas cosas que decir, que quienes fuimos sus compañeros compartiríamos.

Cuando recuerdo a Lidia, recuerdo su risa. Lidia se mostraba entera en su risa; si las personas fueran transparentes en algún sentido, ella lo era en ese gesto.

La recordamos porque anduvo entre nosotros derrochando vitalidad. Esa manera de reír coronaba una enorme energía dispuesta a trabajar, a sostener sus ideas con una convicción sin cálculo. Lidia creía en lo que hacía.

La recordamos porque esa misma manera de reír la mostraba como una persona sin dobleces, auténtica, sin malicia, sin imposturas. Eso la hacía entrañable.

Pero más. Y, en verdad, si hubiera contado con una sóla palabra para nombrarla, habría dicho: solidaria.

Lidia era, Lidia es en el recuerdo que me acompaña y que quiero compartir, una persona capaz de dar la mano, y más.

Quienes pudimos contar con ella, en distintas formas, en los trajines del estudio y más allá, podemos sentirnos afortunados. Tal vez aprendimos algo.

La muerte de Lidia nos golpeó muy fuerte, nos dejó enmudecidos. Llenos de dolor y de impotencia.

El dolor sigue aquí, porque es su ausencia. Pero necesitamos ahora hablar, y el mismo recuerdo que estamos compartiendo nos enseña algo más, nos compromete a reflexionar sobre nuestra propia impotencia.

Quisimos que este homenaje fuese parte de unas jornadas en las que se nos da la oportunidad de hacer público nuestro trabajo y de intercambiar nuestras ideas. En estos días nos reunimos para pensar conjuntamente nuestros temas filosóficos y eso no es -no debería ser- sólo pensar papel sobre papel. En definitiva es -debería ser ocuparse de la vida. Lo que sentimos, lo que buscamos y lo que hemos perdido no es ajeno a este quehacer.

Por eso creo que es legítimo, es necesario, pensar que tal vez Lidia pudo haber estado aquí, con su vitalidad, su franqueza, su solidaridad, su risa, si andar por la calle no fuera exponerse a una trampa criminal y absurda. No es verdad que la fatalidad lo devora todo. No es verdad que no pudo ser de otro modo. Nosotros podemos pensar en ello.

Nosotros perdimos ahora a Lidia y sabemos de la inmensidad de esa pérdida. ¿Cuántas risas se pierden hoy y cada día en este mundo inhóspito? ¿podría ser diferente? Debería serlo.

Este pequeño mundo criminal
Está orientado contra el inocente
Le arranca el pan de la boca
libra su casa al fuego
Le quita traje y zapatos
Le quita el tiempo y los niños
Este pequeño mundo criminal
Mezcla a los muertos con los vivos
Lava el fango perdona a los traidores
Transforma en ruidos las palabras

Paul Eluard

Nosotros, que esta vez nos atrevimos a hablar de nuestro dolor y de nuestro amor, de la vida, tenemos en el recuerdo de nuestra compañera también un compromiso.

Al menos, que nuestras palabras no sean solamente ruido.

Yamile Socolovsky

 

Los Orficos decían que los amados por los dioses tenían como premio una pronta muerte. Si la vida era la cárcel del alma, su liberación temprana era el mejor premio que pudiera un dios conceder a su elegido. No obstante, nuestro sentido común sólo se hace eco de la absurda ruptura de la "ley de la vida": los jóvenes debieran enterrar a sus viejos (no a la inversa); los jóvenes deben siguir haciendo su camino al andar (no verlo truncado). El dolor de enfrentarnos a la precariedad de la vida nos hace difícil decir algunas palabras de despedida a Lidia (porque suenan huecas), una mujer joven, alegre, llena de proyectos, con hijas pequeñas a las que acompañar en su crecimiento, con una carrera proyectada con entusiasmo... una compañera muy querida que vamos a extrañar, pero cuyo recuerdo, al momento de evocarlo, ilumina nuestra cara con una sonrisa, la sonrisa con la que Lidia siempre enfrentaba la vida.

María Luisa Femenías.
14 de octubre de 1998.

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