Revista de Filosofía y Teoría Política, 2002, nº 34, p. 121-127. ISSN 2314-2553
Universidad Nacional de La Plata.
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Filosofía.

Ponencia/Congress paper

Strawson y el giro naturalista: un camino para anular el desafío escéptico

María Aurelia Di Berardino


En este trabajo propongo analizar algunos puntos que creí interesantes al leer el capítulo titulado "Escepticismo, Naturalismo y argumentos trascendentales" con que inicia, P. F. Strawson, su libro Escepticismo y Naturalismo: algunas variedades.1 Tal y como el título lo indica, hablaremos de qué es lo que entenderemos aquí por naturalismo y en qué sentido puede constituirse como una genuina posibilidad de dejar de lado el desafío que los escépticos lanzaron contra el pensar dogmático.

Hasta ahora, entonces, he puesto en juego algunas palabras que constituirán las columnas sobre las que se asentará la presente ponencia: naturalismo, dogmatismo, anulación, y por sobre ellas, escepticismo.

En primer lugar, ofreceré la cita en la cual Strawson propone su plan de trabajo: "Comenzaré por considerar varias clases diferentes de intentos de enfrentar el desafío del escepticismo tradicional por medio de argumentos (...). Luego consideraré una manera diferente de responder al escepticismo -una respuesta que no intenta tanto enfrentar el desafío como pasarlo por alto".2 ¿Por qué el autor propone algo así como un camino evasivo para la cuestión escéptica y abandona la pretensión de combatirla recuriendo a argumentos? Quisiera ofrecer una hipótesis para responder a la cuestión, previa a la que el propio Strawson considera como válida. Esto es, puedo seguir preguntándome en qué sentido los argumentos que pretenden demostrar -de algún modo- la invalidez del razonar escéptico resultan discutibles. Y para lo anterior, creo que no hay nada mejor que utilizar la primera persona (o, si lo prefieren, tomar partido por el escepticismo): alguien podría ofrecer un sólido argumento que pruebe -al menos para mi oponente- que yo me equivoco. Nada impide que yo, en tanto que escéptico, responda: "así como usted presenta buenas razones para descalificar mi juicio, yo propongo también buenas razones para exponerlo. Y mientras se mantenga la equipotencia de razones, ni usted ni yo estaremos dando garantías indubitables acerca del asunto que tratamos". Lo anterior apela a la estrategia propugnada por el escepticismo clásico en pos de mostrar cómo es posible tanto argumentar a favor de una tesis como defender su contraria. Aplicando este recurso metodológico, decimos que, en principio, cualquier argumento que se presente en contra del escepticismo corre la misma suerte que el bosquejado en líneas anteriores. Este, sin lugar a dudas, tal vez sea uno de los puntos más atacados -y, por lo mismo, más difíciles de defender- de la tradición escéptica. Las razones, supongo, son por demás evidentes, pero las plantearé someramente para introducir una posibilidad de diálogo al respecto. Parece que el escéptico, encadena ad infintum cada argumento con su contrapartida, tejiendo una trama de tesis/antítesis por medio de la cual imposibilita la elección por una u otra. Así, nuestros argumentos se suspenden en lo inconcluso, en aquel lugar que tanto exaspera a los dogmáticos. Y así también, la filosofía se transforma en un juego preciosamente estético y peligrosamente inútil. Si con ésto se llega o no a la ataraxia, podemos discutirlo; lo cierto es que el escéptico desmorona cualquier pretensión de certezas en el momento mismo en que éstas se pronuncian. Es en este punto en que el dogmático puede desestimar el juego o bien, recurrir una y mil veces a la formulación del argumento por excelencia que derribe esta supuesta infertilidad teórica. Como les decía, esta disquisición es nada más que una hipótesis personal, lo que sigue es producto de lo que acabo de decir y responde a la pregunta de por qué Strawson no propone contraargumentar frente al desafío escéptico. En palabras del autor: "Ha de recordarse que el punto había sido, no ofrecer una justificación racional de la creencia en objetos externos y otras mentes o de la práctica de la inducción, sino de representar argumentos escépticos y contraargumentos racionales como igualmente ociosos -no sinsentido, sino ociososya que lo que aquí tenemos son compromisos originales, naturales e irrenunciables que no elegimos ni podríamos ignorar".3 Esta cita cierra el capítulo que mencionábamos en el comienzo de nuestro trabajo. De aquí en más, nos resta reconstruir el camino argumentativo que conduce a Strawson a concluir de este modo.

Expresa el autor que las variedades de naturalismo podrían ser reducidas, fundamentalmente, a dos: por un lado, estaría el denominado "naturalismo reduccionista o estricto" y, por el otro, el "naturalismo católico o liberal".4 Por supuesto, sostiene, cada una de estas variedades contiene otras que serían subvariedades de aquéllas. Precisamente una de las subvariedades de naturalismo reduccionista es acusada de cientificismo, y de negar verdades y realidades evidentes. Esto constituye una primera presentación -aunque no una definición- de divisones aproximadas en que puede manifestarse el naturalismo. Ahora bien, alguna subvariedad del naturalismo estricto contiene, por decirlo de algún modo, las formas estándares en que se ha presentado el escepticismo. Pero, como bien dice el autor: "Estrictamente, el escepticismo es un asunto de duda más que de negación. El escéptico es, estrictamente, no quien niega la validez de ciertos tipos de creencia, sino quien cuestiona, si sólo inicialmente y por razones metodológicas, la adecuación de nuestros fundamentos para sostenerlas".5 Siguiendo con el argumento, tradicionalmente la duda filosófica dirigió su ataque hacia cuatro puntos principalmente:

1) existencia del mundo externo (objetos físicos o cuerpos)

2) conocimiento de otros cuerpos

3) justificación de la inducción

4) realidad del pasado

En lo que respecta al punto 1), es decir, a la creencia en la existencia del mundo externo, Strawson analiza la estrategia de G. E. Moore para refutar al escepticismo. En líneas generales, el argumento podría delinearse del siguiente modo:6

. para algunos filosófos, algunas proposiciones -como el caso de la existencia de los cuerpos, pensamientos y sentimientos- no han sido y no podrían serlo, conocidas con certeza.

. Moore en un artículo titulado "La prueba de un mundo externo", afirma levantando primero una mano y luego la otra "Aquí hay una mano y aquí hay otra". Esta prueba pareció a Moore concluyente ya que si la premisa era verdadera, la conclusión también debía serlo. Y con esta sencilla prueba, sostenía, se podía considerar como falsa la tesis del escepticismo que expresaba que no era posible conocer con certeza la existencia de cuerpos físicos. . Contra la suposición de Moore de que la anterior era una prueba más que evidente, Barry Stroud (en su artículo "La significación del escepticismo") responde: para el escéptico, el mundo externo podría significar nada más que una experiencia subjetiva y serlo sin que fuera cierto que realmente existen cosas materiales.7 Por lo cual, si el escepticismo no se ve afectado por una demostración empírica tal y como pretende Moore, habría que intentar otro camino y éste sería el de neutralizarlo o considerarlo filosóficamente impotente.

Sería demasiado extenso un trabajo que considerase punto por punto los argumentos que Strawson presenta para clarificar la idea de por qué son ociosos los argumentos que pretenden derrotar al escepticismo. Creo que el ejemplo de Moore es paradigmático ya que manifiesta el lugar común en que cae la mayor parte de los argumentos de este tipo.

Por lo anterior, me permito obviar las objeciones que siguen y que hacen referencia a argumentos semejantes y entrar de lleno a las consideraciones que sustentan el naturalismo como forma de neutralizar el escepticismo.

Esta posición naturalista a la que adherirá nuestro autor, encuentra sus raíces en el pensamiento de David Hume.8 Lo que en este capítulo se analiza es fundamentalmente, aquello que entendía Hume cuando expresaba sus afirmaciones acerca de los límites de la razón humana. A grandes rasgos, el naturalismo humeano se reduce a comprometerse con la idea de que, más allá de lo que podamos creer o sostener, hay un mandato natural (implantado en nuestras mentes) que nos constriñe de manera absoluta y necesaria y que por lo mismo, nos deja sin opciones frente a cuestiones tales como la existencia de los cuerpos. ¿Qué es lo que nos está diciendo Hume cuando sostiene que estamos compelidos a pensar de una cierta manera y por qué decir de esto que constituye una forma de naturalismo? Podemos deducir lo siguiente: el alcance de la duda de hecho posee un límite y este límite adquiere la forma de argumentos. Podemos tener dudas acerca de las certezas que otros pretenden encontrar, podemos contraargumentar permanentemente ante las aparentes razones "indubitables" que ofrecen los dogmáticos, pero hay un punto en que nos detenemos y sólo se explica por la fuerza que imprime la naturaleza sobre nuestra voluntad y que nos inclina sin ninguna opción a creer. Aquello en que creamos puede ser objeto de duda permanente, el hecho mismo de creer es tan natural, dirá Hume, como la sed o la respiración. Aquí, el escéptico no tiene nada que decir porque también estaría de acuerdo en que, siendo la creencia una cuestión involuntaria, su aceptación no depende de ningún mecanismo discursivo. La pregunta que se sigue es, ¿el escéptico y su desafío quedan neutralizados a partir de este giro naturalista que se gestó con la filosofía de Hume? Preferiría no hablar en términos de neutralización o anulación, me parece más conveniente y tal vez más claro, hablar de si es que todo este rodeo naturalista le resta importancia o poder al desafío escéptico. En ese caso, y hablando en estos términos, puedo aproximarme a una respuesta. Creo haber expresado con suficiente claridad que es una pretensión vana -del mismo modo que lo considera Strawson- refutar al escepticismo a través de argumentos. Puedo también decir extremando esto que he dado en llamar "giro naturalista" que, si hay algo que la naturaleza ha impreso en nuestras mentes de igual forma que las funciones biológicas más básicas, es cierto que de ella nada podemos decir. En todo caso, no nos ha quedado otra opción que tomarla involuntariamente, tal como si fuera un mero acto reflejo. Pero la Naturaleza nada más nos ha obligado (por decirlo así) a ceder: todo aquello que postulamos con pretensión de certeza queda a disposición de nuestra capacidad de razonar. Es en este ámbito donde cobran sentido las disputas filosóficas y en la medida en que el dogmático plantee una razón garantizada en términos absolutos, el escéptico tendrá a su alcance la infinita posibilidad de jugar su partida. Y extremando aún más la conclusión que intento sostener, sólo en este contexto revela su sentido la crítica escéptica. Hemos llegado al punto en que, con esta perspectiva naturalista no sólo se desdibuja el desafío escépetico como tal, sino también las pretensiones dogmáticas. El dogmático tendrá, al igual que el escéptico, que limitarse y reconocerse limitado por el tribunal de la Naturaleza. En lo que sigue del capítulo estas afirmaciones encuentran un punto interesante de convergencia con la filosofía de Wittgenstein.9 Porque, a pesar de las grandes diferencias que separan a Hume de aquél, podemos establecer una analogía que muy bien esboza Strawson. El papel de la Naturaleza en el pensamiento humeano, será reemplazado aquí por la idea de marcos conceptuales. Vivimos insertos en una realidad, expresamos cada una de nuestras proposiciones utilizando un juego de lenguaje pero, más allá de esta particular pintura del mundo que poseemos no tiene sentido especular con qué es o qué debería ser el "afuera". Si quisiéramos intentarlo, quedaríamos expuestos a ser ni más ni menos que el "Ojo de Dios". Nuevamente, estamos compelidos a habitar y razonar dentro de ciertos límites y la duda se vuelve "razonable" sólo dentro de estos márgenes. La discusión -y ya no el desafío escéptico- entre dogmáticos y escépticos deviene inútil desde una mirada (que de cualquier forma es imposible) por encima de nuestras limitaciones.

El naturalismo sí desvaloriza la empresa escéptica -si es que así permiten que la llame- pero no es menos cierto que también desestima toda disputa filosófica. Puedo aventurar que el naturalismo tal como lo he interpretado, constituye una especie de criterio de demarcación: aquello de lo que es razonable dudar y aquello en que la duda resulta tan infértil como las afirmaciones de las cuales duda.

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1. Strawson, P. F., (1983), Skepticism and Naturalism: some varieties, The Woodbridge lectures, Ed. Methuen.

2. op.cit. 1, p. 3: "I shall begin by considering various different kinds of attempts to meet the challenge of traditional skepticism by argument, (...). Then I shall consider a different kind of response to skepticism -a response which does not so much attempt to meet the challenge as to pass it by".

3. op. cit., pp. 27-28 : "It is to be remembered that the point has been, not to offer a rational justification of the belief in external objects and other minds or of the practice of induction, but to represent skeptical arguments and rational counter-arguments as equally idle -not senseless, but idle- since what we have here are original, natural, inescapable commitments which we neither choose nor could give up".

4. op. cit. 1, pp. 1-3. Es interesante notar en este punto, la aclaración que hace el autor en lo que se refiere con naturalismo católico: "The words 'catholic" and "liberal" I use here in their comprehensive, not in their specifically religious or political, senses; nothing I say will have direct bearing on religion or the philosophy of religion or on poltics or political phlosophy".

5. op. cit. 1, p. 2: "Strictly, skepticism is a matter of doubt rather than of denial. The skeptic is, strictly, not one who denies the validity of certain types of belief, but one who questions, if only initailly and for methodological reasons, the adequacy of our grounds for holding them".

6. op. cit. 1, pp. 4 y 5.

7. op. cit. 1, p. 5: "At it most general, the skeptical point concerning the external world seems to be that subjective experience could, logically, be just the way it is without its being the case that physical or mteril things actually existed".

8. op. cit. 1, p. 10-14.

9. op. cit. 1, pp. 14-20

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