Revista de Filosofía y Teoría Política, 2004, nº 35, p. 11-16. ISSN 2314-2553
Universidad Nacional de La Plata.
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Filosofía.

Homenaje a Guillermo

Gonzalo Alvaro De Amézola


Como muchos de ustedes saben, fui amigo de Guillermo Obiols desde que ingresamos al Colegio Nacional, cuando éramos dos chicos que todavía no habíamos cumplido los trece años. Esta situación, sin duda privilegiada para conocerlo profundamente, se transforma en un obstáculo en el momento de hablar de su persona en estas circunstancias. Frecuentemente, las cuestiones relacionadas con la amistad -sobre todo cuando atraviesa tantas etapas de la vida- aunque conmovedoras para los involucrados, son intransferibles o poco significativas para aquellos que no han sido parte de esa relación. Por este motivo, trataré que estas palabras no circulen por ese camino privado -y para mí tan entrañable- cuando deba comentar por qué considero sobradamente merecido que la Facultad imponga su nombre a nuestra biblioteca.

La primera de las razones que justifica el homenaje es que Guillermo fue docente en esta casa desde muy temprano. Su carrera fue de ayudante alumno a profesor titular. Una carrera que, sin embargo, no resultó continua. La dictadura lo mantuvo alejado de la Universidad de La Plata hasta que el restablecimiento de la democracia hizo posible que volviera a estos claustros. Para ese entonces, su preocupación intelectual ya estaba centrada en la educación en general y la enseñanza de la filosofía en particular, un campo que resultaba de escasa significación para las capillas académicas y que él desarrolló y prestigió con su trabajo. En 1985 tomó a su cargo la cátedra de "Planificación Didáctica y Prácticas de la enseñanza en Filosofía" y definió lo que, a su juicio, son los principales problemas de la didáctica de la filosofía y de la situación de su enseñanza en la Argentina. Instaló la reflexión acerca de ella presentando proyectos de investigación y seminarios de profundización y fomentó el debate académico solicitando en los Congresos Nacionales que se dedicara una mesa para discutir la relación entre la filosofía y su enseñanza. Desde su perspectiva, entendió que todo problema didáctico remite, en última instancia, a la respuesta que cada uno le dé a la pregunta "qué es filosofía" e impulsó que la comunidad filosófica aceptara las temáticas de su enseñanza como contenidos filosóficos. Pero la visión de Obiols era todavía más abarcadora e incluía al conjunto de la educación, prestándole una atención especial a la escuela media, el eslabón más débil de toda la cadena educativa. Sus opiniones al respecto no eran conformistas y tuvieron amplia repercusión en la opinión pública. Así ocurrió con Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria que escribiera con Silvia, su mujer, y que los llevara a dar conferencias y cursos por todo el país, reeditarlo varias veces y publicarlo en el exterior.

El afán de Guillermo de influir en los cambios que introdujo la reforma educativa se reflejó no sólo en la propuesta de contenidos que realizara con el Dr. Guariglia al Ministerio de Educación. En 1997 publicó La escuela necesaria, una obra acerca de cómo debía ser según su opinión la educación polimodal que se había aprobado y aún no estaba en funcionamiento. Allí discute implícitamente con Juan Carlos Tedesco, quien en El nuevo pacto educativo proponía entre otras cosas la "escuela total", un concepto con el que Obiols no estaba de acuerdo. De este libro citaré un párrafo de la introducción, porque además de sintetizar lo que Guillermo pensaba que debía ser la escuela, pinta de cuerpo entero al muchacho que conocí en el secundario.

"Cuando yo era alumno del Colegio Nacional de la Universidad de La Plata", dice, "...tenía tres círculos de amigos y conocidos diferentes o tres ámbitos de socialización y crecimiento: en primer lugar, naturalmente, el colegio y algunos de los compañeros que eran mis amigos; seguidamente los amigos y conocidos del barrio próximo a la estación de ferrocarril; y, en tercer término, el círculo de los que jugábamos a la pelota paleta en la sede del Club Estudiantes. Estas tres esferas conformaban también experiencias vitales muy diferentes: en el barrio, parecido a todos aquellos próximos a las deterioradas estaciones ferroviarias, me relacionaba con algunos 'reos' que era difícil encontrar en el colegio; la pelota paleta significaba asomarme al mundo de los mayores que fumaban, bebían, se apasionaban por el turf y apostaban plata a favor o en contra de mis paletazos cuando me admitían en sus partidos. Ninguna escuela con pretensiones integrales me hubiera podido proporcionar tan variadas experiencias y relaciones sociales. Mi padre, varios años antes, en el mismo colegio, tampoco fue un alumno de "dedicación exclusiva", ya que compartía el estudio con el trabajo como ayudante en una escribanía y con la práctica del fútbol en la que se destacaba en los potreros. Ambos teníamos lástima de los alumnos "pupilos" que se perdían tantas cosas que pasaban fuera de los colegios. Faltaba mucho aún para que aparecieran los alumnos con agenda completa, los colegios de doble escolaridad con 15 o 20 asignaturas, con orientadores, tutores, asesores, etc. en los que los chicos aprenden que la vida es correr y dar respuestas rápidas a las tareas que les plantean sus múltiples docentes, más o menos como buena parte de sus padres cumplen con exigencias rutinarias y burocráticas. El resultado de todo este ajetreo será que a las ocho de la noche chicos y padres se encontrarán cansados para cenar frente al televisor."

El segundo motivo para este homenaje es que Guillermo fue nuestro Decano desde 1998 hasta 2001. Como ustedes conocen, fui parte de esa gestión y, por lo tanto, no soy el más indicado para hablar de ella. Sin embargo, hay dos cosas que creo necesario subrayar.

En primer lugar, que Obiols accedió al decanato con una facultad partida exactamente por la mitad. Su elección terminó empatada y sólo pudo efectivamente ser elegido decano por la mecánica del desempate. Los que formamos su gabinete corrimos la misma suerte en el Consejo Académico: terminamos seis a seis y logramos ocupar nuestros cargos también por desempate. Para que esta polarización se repitiera no era necesario discutir algo importante. Cualquier cosa que debiera ser decidida por el Consejo, aún la más banal, terminaba con ese tironeo entre tirios y troyanos y la necesidad permanente -en términos futbolísticos- de patear penales.

Ante semejante situación había dos alternativas posibles, una fácil y otra difícil. La primera consistía en abroquelarse en una política facciosa para hacer prevalecer esta superioridad rudimentaria hasta que fuera posible destruir al antagonista. La otra era que, sin deponer sus diferencias, todos quienes integraban Humanidades pudieran redefinir un espacio común donde todos se vieran representados y pudieran trabajar, lo que implicaba el reconocimiento mutuo de ambos sectores como integrantes legítimos de nuestra Facultad.

Quienes formamos parte del gabinete aceptamos de antemano la opción del nuevo Decano por la segunda alternativa. Los que conocíamos bien a Guillermo sabíamos que nunca hubiera tomado la primera porque simplemente resultaba inaceptable para sus principios. Así fue como desde el primer momento buscó la convivencia de todos sin que ello significara un encolumnamiento monocorde. Por esta razón, cada dos semanas exactas se reunía el Consejo Académico, donde se sucedían las prolongadas batallas que Obiols paciente e inteligentemente procuraba neutralizar. No creo quebrar un secreto si digo que la infatuación y las pequeñas miserias forman parte de nuestra vida universitaria desde hace ya mucho tiempo, pero debo confesarles que la puesta en evidencia de estas dudosas virtudes resultaba día a día abrumadora para todos menos para él, que parecía tener una tolerancia infinita.

También sería inútil tratar de engañarlos y decir que la pespectiva de lograr una convivencia razonable contaba con unanimidad en los claustros. El enfrentamiento cerril tiene una larga tradición entre nosotros y quienes estaban en los extremos de ese enfrentamiento hicieron todo lo posible para que esta política no prosperara.

Sin embargo, Obiols siempre fue firme en sus convicciones. Luego de un primer año verdaderamente complicado esta visión se fue imponiendo de a poco. Así, al acercarse las elecciones universitarias del 2001, la fractura se había cerrado y el claustro de profesores presentaría una lista única.

En estas condiciones, Guillermo nos dio otro ejemplo. Una cosa que le llamaba la atención y no le parecía elogiable era la formación de una casta de funcionarios universitarios que se atornillan en sus sillones o van saltando de un cargo a otro sin volver nunca al llano. No le hubiera costado mucho imponer su candidatura para la reelección. Sin embargo, casi un año antes del fin de su mandato sus colaboradores más estrechos sabíamos que no quería quedarse y nos comprometimos a guardar el secreto para asegurar la gobernabilidad en lo que restaba de mandato. Obiols a esa altura tenía otros objetivos: quería escribir y volver a la cátedra.

Lo que nadie imaginó cuando abandonó el despacho de Decano es que le restaba poco más de un año de vida.

En esos meses tuvo una actividad intelectual plena. Volvió a dar clase, lo que sólo interrumpió cuando la enfermedad se lo hizo imposible. Realizó tareas de asesoramiento, dictó conferencias y cursos pero, sobre todo, siguió publicando. Así aparecieron numerosos artículos, dos libros y otro quedó terminado. A este último, el más personal de todos, quiero hacer referencia porque nos da una perspectiva aproximada de su calidad humana.

El tema del libro se relaciona con un episodio de su juventud. Al año siguiente de haberse graduado en Humanidades, Guillermo debía cumplir el servicio militar porque terminaba su prórroga como estudiante. Por ello fue incorporado al Ejército como soldado escribiente en 1976, en las vísperas de la última dictadura. Al principio era divertido escuchar sus anécdotas porque desde su visión racionalista todo lo militar resultaba desopilante. Pero un día se produjo un confuso episodio que terminó en el secuestro de un soldado en las mismas instalaciones castrenses. Se llamaba Ernesto Parada y era un muchacho pobre, retraído y sin amigos en el cuartel. Varios conscriptos comprendieron lo que había pasado, entre ellos Obiols.

Cuando la CONADEP comenzó a investigar los crímenes de la dictadura, Parada reapareció en la vida de Guillermo como un dilema moral. Por un lado estaba la responsabilidad de denunciar su desaparición aunque había algunos "atenuantes" para no comprometerse: no era su pariente ni su amigo y era muy probable que el secuestro pasara inadvertido porque los atropellos a los pobres siempre tuvieron poca repercusión en nuestro país. Por otra parte estaba la conveniencia personal de no meterse en problemas en los inicios de un ensayo democrático de dudosa estabilidad. En otras palabras, había que decidir entre defender los principios o dejarse vencer por el miedo. Obiols optó sin alharaca por lo primero y lo mantuvo en todas las instancias, aún cuando el gobierno retrocedía en su política de Derechos Humanos, los militares se cernían como una amenaza sobre el orden constitucional y el oficial involucrado en el caso ascendía de grado paso a paso.

Finalmente, las decisiones políticas cerraron toda posibilidad de castigo a los culpables. A pesar de sus esfuerzos, Guillermo no se quedó tranquilo con lo que había hecho y una de las últimas preocupaciones de este hombre que se sabía moribundo estuvo destinada a escribir un libro, La memoria del soldado, para dejar testimonio de ese horrendo crimen y que no fuera olvidado. Simplemente, Obiols no podía soportar evadir el imperativo ético.

¿Cuántos de nosotros hubiéramos actuado igual? No lo sé, pero sospecho que demasiado pocos. De hecho, su denuncia fue la única en el expediente de Parada. Cínicamente podríamos decir que nada hubiera cambiado si las declaraciones nunca se hubieran realizado y el libro nunca se hubiera escrito. Pero como escribió el mismo Guillermo "...el 'Nunca más' es un imperativo ético y un programa político que puede ser derrotado y no una verdad fáctica como muchos la presentan erróneamente."

Por todo esto, quienes tanto quisimos a Guillermo Obiols, a la vez, tanto lo admiramos y creemos que la imposición de su nombre honra, en definitiva, a nuestra biblioteca.

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