Revista de Filosofía y Teoría Política, 2004, nº 35, p. 21-22. ISSN 2314-2553
Universidad Nacional de La Plata.
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Filosofía.

Guillermo y Las Palabras

Silvia Di Segni


Quiero agradecer, en nombre de nuestra familia, al Sr. Decano de la Facultad de Humanidades y a todas las personas que ocuparon tiempo y energía para concretar este homenaje que constituye un gran honor y que, no tengo la menor duda, que a Guillermo le hubiera emocionado y hubiera sido para él motivo de enorme orgullo.

Los libros y las bibliotecas tuvieron un lugar central en su vida. Siempre conservó el carnet que lo identificaba como socio de la sala infantil de la Biblioteca Pública Central de esta ciudad así como el que obtuvo cuando era estudiante para acceder a esta misma biblioteca que a partir de hoy va a llevar su nombre. Quisiera, como ejemplo de su relación con los libros, hacer una brevísima referencia a uno que, creo, lo marcó profundamente. Muchas veces le escuché mencionar a lo largo de los años ese texto autobiográfico de Sartre, Las palabras, señalando con admiración que sus dos únicos capítulos fueran nombrados con las actividades a las que Guillermo dedicó la mayor parte de su vida: leer y escribir. El recuerdo y la valorización de esa obra fue constante a través del tiempo y lo llevó a escribir, en 2001, una ponencia para la Feria del Libro titulada La lectura hoy, basándose en ella.

Hay un par de frases que me gustaría rescatar de Las palabras que fue, en más de un sentido, tan importante para él. En una, que subrayó en su ejemplar, Sartre dice: yo había encontrado mi religión: nada me parecía más importante que un libro. De esa religión también formó parte Guillermo y fue iniciado en ella por muchas personas significativas, de las cuales conozco bien la importancia de una de ellas, por suerte hoy aquí presente. Se trata de su tía, Aurora Obiols, quien ingresó a esta Facultad de Humanidades en 1934 egresando con notas sobresalientes como licenciada en Letras quien le hizo conocer no sólo libros sino personas que compartían la religión de Sartre: José Nuñez Búa, Raúl y Rosa Castagnino, Amelia Sánchez, Elida y Alfredo Galetti, Julio y Oliva Panceira, Ana Altavista. En las reuniones de este grupo a la mayoría de cuyos miembros tuve la suerte de conocer, se hablaba de literatura y de política, de la guerra civil española, de los desaparecidos de nuestro país siempre desde la perspectiva de gente para quien la cultura y el libro como su instrumento clave, eran un eje insoslayable.

Si hablamos de las bibliotecas, es necesario decir que entre el aire que se respira en ellas y el de la naturaleza, Guillermo, sin duda, prefería el primero. Cuando se lo invitaba al campo solía decir que como ya había elaborado los conceptos de "árbol", "caballo", "pasto" no necesitaba ir a verlos directamente. No es raro, entonces, que se identificara con Sartre cuando éste decía: los libros fueron mis pájaros y mis nidos, mis animales domésticos, mi establo y mi campo; la biblioteca era el mundo atrapado en un espejo; tenía el espesor infinito, la variedad, la imprevisibilidad.

Pero la frase que sobre todo quiero resaltar para terminar aparece, en las primeras páginas del libro y se repite al final del mismo. Se la escuché mencionar muchas veces a Guillermo a lo largo de los años y, pensándola ahora en perspectiva, creo que se constituyó casi un lema de su vida. Extrañamente no le pertenece a Sartre sino a su abuela materna. Esta señora bastante especial a quien llamaban Mamie, solía decir: ¡Deslizáos mortales, no os apoyéis! Sartre no aclara esta frase, a mi criterio tampoco lo hace el contexto en el cual la cita; cuando la leí no le presté mayor atención y cuando se la escuchaba a Guillermo me sonaba un tanto críptica. Más de una vez le pedí que me dijera cómo la entendía y a pesar de la enorme capacidad didáctica que todos le conocimos, aclararla le resultaba difícil porque para él, su significado era evidente. Su explicación era, más o menos, ésta: hay que andar por la vida dejando lugar para los demás, sin entorpecer, sin molestar, sin apoyarse unos sobre otros, deslizándose todos. Creo que quienes lo conocimos bien, sabemos que eso fue exactamente lo que hizo: vivió y dejó vivir, creció y dejó crecer a su lado. Nada más.

Muchas gracias.

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